TE AMO, TE ODIO, TE AMO, TE ODIO
Por Gustavo J. Castagna
Amy y Nick no representan a una pareja feliz, como tampoco lo era el joven matrimonio de Pecados capitales, ni el millonario personaje de The Game, separado de su mujer y conviviendo con su engreísmo ombliguista sin pudor alguno. Hay pocas madres (y padres) en el cine de Fincher y los más recordados serían el personaje que encarna Jodie Foster en La habitación del pánico y la teniente Ripley, embarazada de la horrenda criaturita de Alien 3 y dispuesta al sacrificio y a la inmolación posparto como si se tratara de una Juana de Arco de ciencia ficción.
Tipo raro y particular Fincher con el tema de las parejas, la institución familiar, el confort, la seguridad obtenida a través de los años y la experiencia, el placer de estar rodeado de hijos. En oposición a todo ese mundo, que en cualquier momento se hace añicos, aparece el personaje de Kevin Spacey en Pecados capitales, una especie de ángel exterminador, moralista y triunfante en sus códigos morales, dispuesta a acumular cadáveres como si fuera Jack, el destripador jugando al ajedrez.
La caja que lleva la cabeza de la esposa del detective que encarna Brad Pitt es el hilo conductor que elige el director para opinar del matrimonio y la pareja. Pero, al mismo tiempo, Fincher nunca se había atrevido a mostrar tanto odio acumulado como se observa en la ciclotímica pareja central de PERDIDA.
En sus mejores y peores películas al cineasta siempre le interesaron las historias convencionales. Pero, a través de una mirada personal, recorrida por enigmas, opuestos puntos de vista, flashbacks y una exacerbada manipulación al espectador, esas convenciones narrativas (genéricas o no) se transforman en tramas extraordinarias y complejas de encontrar en el cine mainstream. El caso de PERDIDA, partiendo del best seller Gone Girl de Gillian Flynn, es uno de sus puntos más altos de su obra, siempre excedida en metraje pero seductora en las idas y vueltas del argumento y en la convivencia placentera del thriller policial con una feroz visión del matrimonio, junto a una contundente crítica a los medios de comunicación, sutiles aportes de humor negro y un macabro asesinato.
Como casi siempre sucede con el cine de Fincher sería un atentado contar demasiado de la enroscada trama de PERDIDA, un film que empieza como otros policiales pero que a través de un estilo de capas superpuestas se erige en un relato único, donde el espectador es llevado de las solapas tal como hiciera el maestro Hitchcock en su (casi) perfecta filmografía. Algunas puntas del ovillo a desenredar: Amy y Nick cumplen su quinto aniversario como pareja, ella desaparece, se sospecha de él, la policía investiga, el caso toma dominio público. Pero nada es lo que parecía ser, razón por la que cobrarán importancia, entre otros personajes, un abogado de mujeres asesinadas, la hermana de Nick que al inicio lo protege sin dudar y las parejas anteriores de ella que retornan para complejizar el asunto. Y dos sujetos narradores que reflexionan sobre el caso: Nick y su necesidad de inocencia y el diario íntimo de Amy, que irá construyendo otra opinión sobre el hecho. Pero, ¿ella no había desaparecido?
La acumulación de situaciones sobre tan particular pareja y de quienes la rodean jamás estrangula a un relato contado con placer e interpretado por un elenco notable, desde los protagónicos (Ben Affleck en el mejor papel hasta hoy; Rosamund Pike, revelación impensada luego de varios roles menores) hasta los secundarios, tal como ocurría en los clásicos del viejo Hollywood. El secreto de la pareja de PERDIDA, en todo caso, tiene el mismo sustento que la citada caja que llegaba al desierto en el final de Pecados capitales.
Fincher, por lo tanto, un creador que parte de historias ordinarias convertidas en extraordinarias, ostenta hasta hoy una filmografía con altos y bajos. Tal vez sin llegar a las alturas de Zodíaco y Seven, pero a años luz de la horrible Benjamin Button, su último film hasta hoy se instala en ese inestable grupo de películas que el sistema medio norteamericano detesta pero que necesita ver y aceptar con tal de disimular sus propias carencias, miserias y horrores que pueden llegar a convivir en una pareja repleta de odio y de ansias por asesinarse el uno al otro.
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