EL PERFECTO ASESINO
Por Gustavo J, Castagna
Una de las claves del policial en los años 90 refiere al abastecimiento temático y formal de ciertas zonas genéricas en donde se mixtura una investigación o un caso a resolver de raíces detectivescas junto a una serie de asesinatos crudos y concebidos por especialistas en el ramo. Allí está el gran antecedente de El silencio de los inocentes (1987), la oscarizada película de Jonathan Demme, construida a través de la macabra y seductora inteligencia de Hannibal Lecter, quien decide trasmitir los rasgos principales del caso a la inestable Clarise Sterling. El título de Demme, inesperadas estatuillas mediante, se convirtió en un film de culto que fanatizó a los adictos al terror, pero también, a los seguidores del thriller de investigación.
Los 90 trajeron otras mixturas entre el terror y el policial y tal vez el mejor ejemplo sobre el tema se relacione con PECADOS CAPITALES, la segunda incursión cinematográfica de David Fincher luego de su debut en la visión religiosa y espacial de Alien 3.
SEVEN está conformada desde los lugares comunes al género pero edificada por la mirada particular de Fincher sobre el terror y el policial. Como más adelante haría en la estupenda Zodíaco (2007), el caso a resolver parece fácil pero al poco tiempo los contrapuestos detectives Somerset y Mills comprenden que se está frente a un asesino no convencional. Sin embargo, a diferencia de Zodíaco en donde el punto de vista se reparte en tres personajes y al criminal, aun de forma diluida, se lo alcanza a ver en más de una ocasión, el entramado argumental de PECADOS CAPITALES ostenta una narración vertical sin oscilaciones hacia otras zonas impuras de los géneros convocados. Es decir, mientras Zodíaco invade diferentes registros de época (y su correspondiente contextualización política y cultural), de acuerdo al tiempo en que se describe el accionar del asesino, en PECADOS CAPITALES la narración es centrípeta, ubicada en las raíces del género, acomodada a una puesta en escena legitimada desde su tono clásico, construida desde la perfecta carnadura de los dos personajes centrales (Somerset y Mills) y de un secundario al que no debería tomarse a la ligera (la esposa de Mills). Conclusión de esta idea: el asesino cobrará protagonismo en la última parte, en ese extraordinario segmento final en donde el desierto, una camioneta y una caja (no vacía) completarán la apoteosis del horror más extremo e insoportable.
Fincher maneja con maestría los primeros encontronazos entre el casi jubilado, estudioso y experimentado Somerset (Morgan Freeman) y el visceral y pragmático Mills (Brad Pitt). Es decir, la clásica pareja despareja del género que se odia pero necesita uno al otro de acuerdo a sus características. Entre ambos, la calidez y belleza de Tracy (Gwyneth Paltrow), la pureza llevada al extremo, el rostro de la infelicidad matrimonial al que Fincher castigará de la peor manera (no hay parejas felices en el cine del director: Perdida, su última película hasta hoy lo representa de manera paroxística).
Entre tantas virtudes que se pueden destacar desde sus decisiones estéticas (la lluvia como detonante protagónico en varias escenas; la exposición más cruda posible de los asesinatos; la descripción de hábitos cotidianos de los dos personajes centrales), PECADOS CAPITALES elabora un relato en donde el clasicismo de antaño se fusiona con la modernidad y la narración segura y contundente de Fincher se abraza a la necesidad de mostrar escenas truculentas, no efectistas sino efectivas, no gratuitas sino justas y necesarias para que se conforme la psiquis particular de un criminal aun sin nombre.
Somerset le prometió a Mills quedarse hasta el final del caso. El anónimo asesino ya recorrió cinco de los siete pecados capitales con la obsesión de alguien que parece fuera de este mundo o que representaría a un enviado de quien sabe donde para imponer justicia. Los investigadores se dirigen al departamento de policía, en tanto, un taxi se detiene frente a la puerta del lugar. Alguien baja pero todavía no puede verse al recién llegado a cuerpo entero. Empieza la última parte de PECADOS CAPITALES. Se acerca el fin o el principio de algo no previsto por nadie. Espantoso, difícil de olvidar, perfecto y preciso debido a su enfermiza preparación.
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