SOBRE GENIALIDADES Y EXCESOS
Por Gustavo J. Castagna
Se cuenta que el 30 de mayo de 1985, cuando se estrenó BRAZIL en Buenos Aires, los fanáticos de los MONTY PHYTON, muchísimos, salieron de sus casas y hogares propios y clandestinos, a festejar el acontecimiento. Ocuparon puestos estratégicos, espacios cercanos al poder, agencias de noticias y palacios gubernamentales y desde allí gozaron del triunfo y la popularidad de la cinta.
También se cuenta que ante tanto bullicio y jolgorio desmedido de los seguidores del grupo inglés y de sus integrantes ya a solas y detrás de las cámaras (por ejemplo, Terry Gilliam, el creador de BRAZIL), otro gentío, opositor al festivo, también salió a la calle pero en plan de guerra. Provistos de espadas y vestimentas de samurais japoneses, enojados por el sonido triunfador del ya ejército rival, un sector de las calles de Buenos Aires se pobló de gente que parecía salida de una película de Akira Kurosawa, en una transparente actitud de lucha, a matar o morir, ante un rival que no paraba de festejar desde hacía algunos días. Lamentablemente, no se conocen noticias posteriores sobre el tema y todo lo descripto hasta acá solo quedaría representado por la leyenda, por el acaso, por el tal vez: sin ganadores ni perdedores, sin fans de los Phyton y de Mr. Gilliam, sin novedades en relación a los herederos del gran director de Los siete samurais y Rashomon, aquella batalla entre dos contendientes con propuestas estéticas y temáticas bien diferenciadas, supuestamente, hizo historia y quedaría marcada por el recuerdo.
Pero, es más que seguro, que solo se trate de una historia inventada, de una fábula distópica al revés, de un retorno al pasado en donde BRAZIL se edificó como un film de culto, imprescindible para sus acólitos y defensores sin capa ni espada. Como también, se convirtió en una película rechazada y hasta odiada, lógicamente, por aquellos que nunca adhirieron al humor desenfrenado de los MONTY PHYTON y, menos lo harían, cuando algunos de sus integrantes, ya extinto el grupo, decidiera dirigir películas. El más conocido, claro está, es Terry Guillian, que antes de BRAZIL había construido la fábula de LOS AVENTUREROS DEL TIEMPO (1981) y que más tarde concebiría LAS AVENTURAS DEL BARÓN DE MUNCHAÜSEN (1988), conformando junto al film que nos interesa, la llamada “TRILOGÍA DE LA IMAGINACIÓN”.
En efecto, BRAZIL es apabullante, original y plagiadora, ruidosa y grosera, genial y desmesurada. Nada sorprendente: su visión de “1984” de Orwell parece elaborada desde un contenedor repleto de cocaína y LSD por sus exultantes movimientos de cámara, una confabulación de sonidos e imágenes que nunca se detiene y una imaginería visual que tiene como centro al personaje de Sam Lowry (Jonathan Pryce), atribulado en ese universo distópico, entre atentados terroristas cotidianos, operaciones faciales de su madre y de sus amigas y momentos oníricos que lo llevarán en más de una ocasión a enfrentarse con un gigantesco samurai pero, más que nada, a “soñar despierto” y tener una relación afectiva y sensual con Jill Leyton (Kim Griest), una chica que anda por ahí quien sabe con qué intenciones.
Dentro ese envoltorio visual tan afín al grupo inglés (los mismos que hicieran LA VIDA DE BRIAN; LOS CABALLEROS DE LA MESA CUADRADA; EL SENTIDO DE LA VIDA, entre otras) y ya extendidas esas influencias al cine de Gilliam y al de otros ex Phyton, BRAZIL se mete de cabeza en la ciencia ficción en clave lunática, exagerada, desbordando energía por sus poros, por esos intersticios en donde se reclamaría “bajar un cambio” que nunca aparecerá, simplemente, porque el ADN de un Phyton ya solito y haciendo de las suyas, jamás será traicionado ni boicoteado debido a sugerencias ajenas. Ese tono bien arriba que propone el film también condice con las breves apariciones actorales de Bob Hoskins, Ian Richardson e Ian Holm (los dos últimos emblematizados desde la tradición más “british” posible) en oposición a la desbordante presencia de Michael Palin (otro ex Phyton), en la piel del doctor amigo del protagonista. Párrafo aparte para el personaje encarnado por Robert De Niro, por ese entonces, de vacaciones del mundo Scorsese (saliendo del inolvidable papel en EL REY DE LA COMEDIA) y acá sumergido en otra cultura, otra atmósfera, otra marca estilística.
Porque se podrá discutir o no y pelearse a favor o en contra de TERRY GILLIAM director de cine, pero es innegable que ostenta un estilo propio. Allí están sus películas posteriores a BRAZIL, las mejores o las que le salieron mal: 12 MONOS; PESCADOR DE ILUSIONES; PÁNICO Y LOCURA EN LAS VEGAS; LOS HERMANOS GRIMM; TIERRA DE PESADILLAS (Tideland); EL IMAGINARIO MUNDO DEL DOCTOR PARNASSUS; UN MUNDO CONECTADO. Hasta llegar a la actualidad en donde Gilliam está abocado a terminar el rodaje de THE MAN WHO KILLED DON QUIXOTE… que, en lo personal, con solo leer el argumento, me transmite un miedo atroz. Y no porque se trate de un film de terror sino por la desfachatez de sus primarias intenciones.
Veremos.
En tanto, nada mejor que volar con Lowry, acompañarlo cada vez que se enfrenta con el samurai, soñar junto a él, escuchar el tema musical al que alude el título de la película, compartir las cirugías estéticas y faciales de varias señoras, mirar cómo también el espíritu de Kafka a través de El proceso se da una vuelta por el film de Gilliam, en fin, BRAZIL en todo su esplendor, para deleite de los fans y enojo de los detractores.
Pero, en un punto hay plena coincidencia: BRAZIL es un viaje de ida que elude cualquier indiferencia.
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